El peatón tiene la prioridad absoluta y no hay nada más que discutir. Esa fue la conclusión de una de las últimas sesiones del Consejo Nacional (que me atrevería a comparar con un gabinete de ministros, si no fuera porque además de los consejeros nacionales también hay ministros y si no se me hiciera tan difícil comprender el sistema de gobieno de este país): previamente, se había debatido una iniciativa legal que buscaba devolverle carácter obligatorio al "gesto de la mano" entre la gente de a pie.
Lo que pasa es que hasta 1994, si andabas por Suiza y querías atravesar una calle donde no había semáforo, tenías que pasarle la voz al conductor, con un ademán tipo stop pero, por lo que voy percibiendo de la idiosincracia local, bien matizado para conjurar cualquier indicio de autoritarismo. Eso, obviamente, si estabas delante de un crucero peatonal que, como bien sabemos los peruanos, es el único lugar por donde se puede cruzar de una vereda a otra.
Como buena oriunda de urbe con tráfico despelotado que soy, cuando se trataba de cruzar una pista yo desconfiaba de todo y de todos. Típica: me paraba en la esquina y hurgaba en el rostro del primer conductor que se me aproximara para tratar de adivinar sus intenciones. O, simplemente, me paraba en la esquina y me distraía con cualquier cosa mientras esperaba que pasara el pelotón de carros. Eso hasta que me di cuenta que el pelotón de carros, a su vez, estaba esperando que yo bajara de mi nube para poder continuar su trayecto. Me di cuenta porque en una de esas -bueno, muchas de esas- me topé con la mirada desconcertada-exaltada-intrigada de varios automovilistas. Francamente, qué falta de confianza, hubiera bastado con que me reventaran un claxon, pero no, a quién se le ocurre.
Los semáforos tampoco fueron de mucha ayuda en mis primeros meses por acá. Si lo agarraba en verde, normal, tan analfabeta no soy. Pero si lo agarraba en rojo .... zzzzzzzzz ..... si lo agarraba en rojo me quedaba paradota esperando a que cambie de color sin sospechar que ese botoncito que me hacía hello desde el poste era el único encargado de controlar el tráfico. Yo ya había visto semáforos de esos en otras ciudades, pero como en esas ocasiones había estado acompañada o rodeada de mucha gente, nunca tuve que ocuparme del tema "déjenme pasar". Quién me hubiera dicho que iba a terminar en Friburgo, que es medio campo, medio ciudad, y, peor aun, en este pueblo -que es full campo, poco ciudad-, donde es muy común que yo sea la única en el paradero, en el bus y, obviamente, en el crucero peatonal.
El hecho es que cuando has pasado más de treinta años esquivando bólidos, no es nada fácil volver a creer en las reglas de tránsito. Mucho más cuando estas vienen impregnadas también de códigos de cortesía que no están escritos en ninguna parte. O sea, yo llegué a Suiza doce años después de la revocación del "gesto de la mano" y, sin embargo, puedo dar fe de que, en la práctica, este nunca ha dejado de existir. La primera señal de esta constatación fue el ataque de indignación que le agarró a Magtán el día en que detuvo el auto delante de un crucero peatonal, y el peatón - ese &%ç**"+°§£$!!!!!- - pasó de largo. Poco faltó para que le tocara claxon, lo juro. "Le pesa la mano o qué?", me preguntó buscando mi solidaridad pero topándose con mi más sorprendida cara de recién bajada: "perdón, amorcito, pero que yo sepa no le has hecho ningún favor, tienes que parar no más". En respuesta, recibí su mirada de "hasta cuándo era que se podía devolver la mercadería fallada?": "o sea que te parece bien". Chesu, acá vamos de nuevo: "no, ni mal ni bien, en todo caso no me parece para tanto". Y así hasta la casa, que es bastante decir porque habíamos ido aun concierto en Lausanne y nos quedaba como una hora de camino.
Luego de ese incidente conyugal comencé a prestar atención al asunto y, en efecto, un amplio porcentaje de gente agradecía con un gesto -generalmente con la mano, pero también inclinando la cabeza o, chúpate esa, ambos dos- la gentileza del chofer al cumplir con su deber (a propósito, el chofer también devuelve la amabilidad, levantando los dedos del volante, como quien dice "de nada, pase usted"). Entre quienes no lo hacían, la mayoría eran adolescentes -en patota- o, claro, extranjeros.
Y esa es otra parte de la historia: además de acostumbrarme a un tráfico civilizado, yo tuve (tengo) que aprender a lidiar con un tráfico de pueblo suizo. Te apuesto que no te sale tan al toque como imaginas. Te apuesto que lo único que piensas cuando cruzas una pista es salvar tu pellejo. Y si tienes diez autos alineados frente a ti, te aseguro que lo menos que te provoca es hacer contacto visual con sus conductores. Paso ligero, antes que te menten la madre o te metan el carro. No pues, aguanta tu coche, choche, tamos en el país que se ufana de ser "la nueva Inglaterra" en cuestión de modales.
A mí todavía no me sale, debo confesar. O sea, sacar mi mano del bolsillo, sobre todo con el frío que ha hecho últimamente, dosificar la energía para que no parezca saludo confianzudo pero que tampoco dé la impresión de que no aprecio las maneras del pueblo que me acoge, esperar la respuesta del interesado, seguir caminando como si todo esto fuera de lo más normal, y encima coordinar para no tropezarme o que no se me caiga algo, no way. Yo ladeo la cabeza, no más, articulo un exagerado "merci" y allez, allez
Para terminar: decía que, recientemente, un grupo político propuso restablecer en el papel el dichoso "gesto de la mano" con el objetivo de reducir el número de accidentes de tránsito, muchos de los cuales se producirían justamente en los cruceros peatonales, a pesar de que los infractores pueden recibir multas, e incluso ir a prisión o perder el brevete por tiempo indefinido si causan daños a terceros. Y nada, que el Consejo Nacional -que es como el gabinete de ministros ...- decidió que huiflas, que el peatón siempre tiene la razón.
Chess, esto es una sábana y solo me he ocupado de un aspecto de la "politesse" helvética. El resto será para bien lueguito creo.