Conforme avanzan los días tenemos menos trabajo. La mayoría de gente que por uno u otro motivo tiene que trabajar en el estadio ya ha recogido sus credenciales, de manera que últimamente solo recibimos procastinadores que llegan sin aliento al centro de acreditaciones unos minutos antes de que empiece su jornada laboral. O casos particulares como el de la empleada sudafricana de la Coca Cola que se acaba de dar cuenta que no ha traído su pasaporte y comienza a pensar que quizá no es que lo haya olvidado en el hotel sino que a lo mejor se lo han robado o se le ha perdido y entonces el problema ya no es que no podemos entregarle ni el saludo sin un documento de identidad sino que la pobre chica no sabe cómo va a hacer para regresar a su país porque encima no habla alemán ni francés y su vuelo parte en dos días. Le buscas el teléfono de su embajada, le haces la llamada desde tu celu, le imprimes un mapita de internet y le resaltas el punto donde debe quedar su consulado, le indicas el bus que debe tomar, le invitas un vasito de agua pa que se le pase el susto, y eso es todo lo que puedes hacer.
Pero también ocurre que como nuestro local es uno de los pocos a los que se puede acceder directamente desde la calle (o sea, no necesitas acreditación para entrar porque la idea es que ahí te dan tu acreditación) cae gente que quiere comprar entradas, protegerse de la lluvia o simplemente curiosear.
Este señor debería tener entre setenta y ochenta. Asomó la cabeza con un aire pícaro, y luego de unos segundos ya estaba sentado frente a mí. Señorita, qué hacen acá ah? Acá les entregamos las credenciales a las personas que tienen que venir al estadio. Ah, que bien, yo quiero una por favor. No señor, solo le puedo entregar una si usted trabaja acá y su empresa tiene que tramitarla con anticipación. Ah, ya, pero puedo ofrecerme como voluntario no? Claro, pero ya será para la próxima porque las inscripciones están cerradas. Bueno, qué lástima, muy amable de todas maneras.
Incluso lejos del estadio, en pleno centro de Ginebra, el uniforme hace que alguna gente se nos acerque a pedirnos información. Mientras esperaba el tram en la estación central, dos australianos se peleaban con la máquina de boletos. En realidad, son aparatos complicados, y a mí todavía me ocurre que me confundo y termino comprando todo al revés (sobre todo cuando mi hermana está a mi costado distrayéndome). Finalmente, uno de ellos agarró valor para preguntarme cómo coño podía para llegar al estadio para recoger, adivinen qué, sus acreditaciones porque trabajan para un auspiciador. Si no se pusieron a dar volantines de la felicidad fue porque justo pasaba nuestro tram y si lo perdíamos hubiéramos tenido que esperar un buen cuarto de hora por lo menos (ellos estaban perdidazos hace casi una hora).
En la puerta del centro comercial La Praille, que es donde suelo almorzar, me intercepta un grupo de hinchas con cabezas rapadas, botas negras, tatuajes y tufazo a trago. Con esas erres fuertes de los idiomas balcánicos me piden que les indique dónde comprar sus entradas. Les digo que dificulto que queden, pero que en todo caso no se venden entradas en el estadio. Que cómo que no las venden en el estadio, que dónde entonces. Les digo que no sé -de verdad no sé-, que busquen en internet. Con eso parecen quedarse tranquilos y me dejan continuar mi camino hacia mi almuerzo pero de pronto aceleran y vuelven a darme alcance: pero dónde en internet? qué dirección? Que no tengo idea, que les dije así por decir, en ebay, qué se yo. No están nadita contentos pero prefiero no quedarme a consolarlos.
Acá es la pantalla gigante?, nos pregunta otro sazonadísimo fanático cuando ya está por empezar uno de los partidos. Ha chequeado la pantallita plana, no gigante pero bastante decente, que nos han instalado en el local para que no caigamos en la tentación de tratar de meternos a las tribunas. No, señor, es más allá, mejor tome el bus. Pero y eso qué es? Es el televisor del centro, señor. Ah, puedo ver el partido acá entonces. No creo señor. Y por qué no, cuánto cuesta para ver el juego acá?
Felizmente tenemos chicos y chicas de seguridad muy amables y risueños. Dos de ellos acompañan al desorientado hasta la salida y se quedan conversando con él un rato.
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