La moda es mudarse al campo. Un poco como en todos lados, supongo. Al parecer, por más ordenadas, civilizadas y ecológicas que sean, las ciudades implican tráfico, falta de parqueos y precios más elevados. Mejor te vas a La Molina, a Villa, a Chaclacayo si ya estás verdaderamente harto. Luego ya te pondrán un multicine, un supermercado, un buen restaurante, tiendas, todo lo que necesitas para ser feliz, como si estuvieras en la ciudad.
Parece que así no son las cosas acá. Campo es campo, no fastidien. Con internet, pero sin buses contaminantes. Con excelentes redes eléctricas, pero nada de centros comerciales. Bueno, hay estas granjas reformadas, que las empresas inmobiliarias compran bajo el compromiso de mantener la armonía arquitectónica del entorno y las adaptan tipo minidepas. Los granjeros venden porque hay buena plata de por medio pero también porque con la expansión de las zonas residenciales, sus animales ya no tienen suficiente espacio para pasear, pastar y todo eso. Porque nadie te compra leche de vaca estresada por aquí.
Pero nunca es suficiente. Los citadinos se quejan de que las iglesias de los pueblos hacen sonar sus campanarios desde las seis de la manhana y luego cada media hora, hasta las diez de la noche. Les fastidian el mugido de las vacas y el olor del estiércol. El equivalente del hedor de la harina de pescado que de cuando en cuando invade Lima, es el purin, o sea el resultado de kilos de caca de vaca, bien chocolateados y esparcidos en el terreno de cultivo. Muy natural y biodegradable, pero no por eso menos pestilente.
La cosa es que los locales se niegan a hacer callar sus campanas y a seguir arrimando su ganado para que los nuevos vecinos se den por bien servidos. Y la ley les da la razón, al menos por ahora.
A mí no me molestan particularmente las campanadas. La verdad, no suenan tan fuerte como para despertarme, y de todas maneras me parece una tonadita amable, como si alguien te dijera acá estamos para cualquier cosa. Y las vacas también me dan una sensación de companhía. Ahora casi no las ves porque durante el invierno se quedan en los establos. Pero, a veces, cuando salgo a pasear con el perro, escucho sus cencerros a través de los portones.
Solo que anoche, esta vaca -Margueritte? Dominique? Fonelle?- mugió lastimera y sostenidamente por horas, y no solo eso sino que sus companheras le contestaban, resultando en un insólito concierto vacuno. Qué tales pulmones. O sea, la granja no está al costado de mi casa, sino como a 200 metros, hacia el frente. Pero era como si la tuviera en mi banho. Tampoco le voy a echar la culpa de mi insomnio, de hecho no pensaba dormir mucho anoche.
Dice Magtán que también la escuchó (lo cual no le impidió emitir secuencias de ronquidos bastante sonoras también) y que seguramente estaba pariendo. La pobre. Que como durante la primavera las hacen pisar, pues nada, ocurre que por estas fechas desembuchan. Y que por algún motivo, suelen dar a luz por las noches. Muuuu, muuu, muuuy mal humor es lo que voy a tener como se les ocurra a todas ponerse de acuerdo. Ay, el campo y su tranquilidad.
Nos mudamos en marzo, llueva, truene o relampaguee.
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