La boda transcurrió con toda normalidad, qué esperaban. Eso sí, en francés y en un castillo. Me puse varias cosas nuevas –incluyendo aretes de Pestana Bijoux- y un calzón bien trajinado, pero nada azul ni prestado. Tampoco hubo lluvia de arroz. La tradición –suiza, europea, francófona, no terminé de averiguar- es que a la salida de la ceremonia, los invitados les lancen caramelos a los transeúntes, gritando «vivent les mariés!!!» -algo como «que vivan los novios!!!»-, solo que entre el frío reinante (aunque aquí se suele decir «mariage pluvieux, mariage heureux» -«matrimonio lluvioso, matrimonio dichoso»-, la próxima vez que me case será en verano, austral o boreal, pero verano) y la escasa población de los alrededores, no había nadie a quien tirarle nada. Gracias a una simpática ocurrencia de la testigo de la novia, o sea mi hermana, las municiones golosinarias fueron dirigidas contra la feliz pareja (ndr: un toffee duele más que un marshmellow, pero nunca tanto como un chupetín).
No lloré, pero casi (cuando la funcionaria leía los deberes de los cónyuges). Fiorella sí, unas lagrimitas muy dignas y discretas, por suerte. Todo sin mayor novedad, hasta que la senhorita que nos casó me pidió que me acercara a firmar el acta con mi «nouveau nom» (nuevo nombre). Me agarró fría. «Nouveau nom???», repetí sin tener en cuenta que el salón medieval este –era el sitio donde hacían vigilia las tropas antes de salir a los combates- tiene una acústica que ya quisiera el centro de convenciones del María Angola. Grandes risotadas del respetable, particularmente de la familia de la novia, o sea, nuevamente, Fiorella.
Así que entré al castillo de Romont como mademoiselle Llanos y salí convertida en madame Hamel, con nueva firma y todo. Por un lado, creo que Jennifer Hamel suena más coherente que Jennifer Llanos (que siempre me ha parecido la versión femenina de Peter Quispe); pero también sospecho que la contradicción entre el nombre y su portadora es aun más fuerte. O sea, cuando te hablan de una Jennifer, te imaginas a una gringa californiana, pero el Llanos como que amortigua el shock. Ahora, cuando digan «yenifeg amel», te imaginarás a una gringa –de dónde?- y voy a aparecer yo, sin mayores explicaciones. La cosa es que en mi nuevo barrio, Llanos es muy complicado de pronunciar –algunos dicen «lanós», otros «ianós»-.
Para rematar el asunto nominal, Magtán se tomó la atribución de preguntarme cómo voy a firmar mis artículos a partir de ahora. «Igualito no más», le respondí en espanhol castizo. Habrase visto.
P.D: La causa de Fiorella, o sea mi testigo y mi hermana -por si algún advenedizo lee este post-, estuvo buenaza. Un poco paliducha no más, porque papa amarilla no abunda en estas lejanías.
5 commentaires:
Yo quiero esa montera!!!! y cuando sea grande quiero ser tan valiente como tú! jajaja.
Me cuelo en tu blog ya que no pude colarme en tu boda y te deseo toooodo lo que tu corazón espera, digo, para no imponerte mis deseos.
Muchos besos con carino y calorcito para tu corazon.
queridaaaaa, bienvenida. gracias por los buenos deseos. solo una cosita mi reina: qué significa montera?
Montera... esa cosita roja que llevabas en la cabeza el dia de tu boda... es una montera del Colca,no? o veo mal?
ya tuve la famosa discusion con el aludido...aqui puedes mantener tu apellido de soltera, cosa que me emociono sobremanera...hasta que le salio el norte y me dijo...pero si haces eso los hijos no llevan mi apellido, llevan el tuyo...y yo quiero que mis hijos lleven mi apellido...
ah? hijos?
un poquito rapido para hablar de reproducirse,no? si quieres practicamos...jajaja
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